Cuando tenemos un hijo, imaginamos que nuestra vida va a ser como la de cualquier persona normal. Hacemos planes, tanto en un futuro inmediato, como a largo plazo. Sin embargo, el futuro que te imaginabas va cambiando y te encuentras con una realidad muy distinta.
Es cuando te
paras a pensar y te preguntas ¿Qué he hecho mal?, ¿Por qué me ha pasado esto a
mí?, ¿Qué tengo que aprender de todo esto?, ¿Voy a ser capaz de llevarlo?
Cuando en un
principio ves que tu hijo no hace las mismas cosas que el resto de los niños e
incluso ha tenido algún problema de salud, sigues imaginando una vida distinta
a la que estás viviendo, aunque ya empiezas a ser consciente de que tu vida, no
va a ser como la de cualquier persona normal.
Mientras que
el resto de los niños juegan y se divierten con sus juguetes siguiendo el
desarrollo evolutivo, tu hijo va a estimulación, fisioterapia y logopedia entre
otras, porque tiene “retraso madurativo”.
Cuando por
primera vez te recomiendan realizar una valoración, para saber el grado de
discapacidad que tiene tu hijo, es cuando te confirman lo que sospechabas, pero
que no querías ver ni aceptar, porque has oído hablar de la discapacidad,
incluso has tenido contacto directo con personas con discapacidad, pero no te
imaginas a tu hijo con una discapacidad. Incluso pones en duda las
recomendaciones, porque piensas que tu hijo se va a recuperar y va a lograr ser
como cualquier niño. Pero después de madurar la situación, te das cuenta de que
tienen razón y lo único que van a hacer es beneficiar y poner más fácil la vida
de tu hijo.
Pasa el
tiempo y tu vida se transforma por completo.
En vez de
hacer viajes de placer, haces viajes a los hospitales.
En vez de
comprar artículos de ocio, compras juegos de estimulación cognitiva.
En vez de
adquirir un corre pasillos o una bicicleta, adquieres una silla de ruedas, una
cama articulada, una grúa de traslado, una silla de baño… En definitiva, ayudas
técnicas.
AYUDAS…
TÉCNICAS…Palabra que hasta ahora no conocías, ni sabías que existía y sin
embargo ahora es tan imprescindible para tu día a día, que no sabrías que hacer
sin ellas.
Tener un
hijo con discapacidad, te enseña a ser madre, auxiliar, enfermera,
fisioterapeuta, terapeuta ocupacional, médico, psicóloga, logopeda… Profesiones
que antes oías hablar de ellas solo cuando eran necesarias a lo largo de tu
vida y que ahora las dominas como si hubieses ejercido todas ellas durante toda
tu vida.
Al final, tu
vida gira alrededor de la discapacidad y llega el momento en que descartas ir a
sitios donde la entrada de acceso todavía no está adaptada, porque tiene
escalones, ascensor pequeño o puertas estrechas.
Descubres
que tu hijo se ha hecho caca estando en un centro comercial o incluso en un
hospital y no encuentras en ningún sitio, cambiadores adaptados para personas
con discapacidad, teniendo que cambiarlo en el suelo del baño o irte a tu casa,
por no poder cambiarle el pañal.
Te
entristece cuando vas a un parque y adviertes que tu hijo, el cual es usuario
de silla de ruedas, no puede columpiarse, porque no hay ningún columpio
adaptado para sillas de ruedas.
Observas que
en tu ciudad, no hay ningún parque inclusivo, a pesar de haber un centro de
educación especial, un centro de atención a la discapacidad o un centro de
atención a la parálisis cerebral.
Tienes
conocimiento de que en tu ciudad, no hay posibilidad de que tu hijo esté en un
campamento urbano, porque no son inclusivos, dejándolos sin ninguna
oportunidad.
Te asombras
ver que las actividades para jóvenes y adolescentes que se realizan en tu
ciudad, no son inclusivas, por lo que optas por no ir a ninguna de ellas.
Contemplas que
todavía hay personas, que no respetan el aparcamiento para personas con
movilidad reducida y aparcan su automóvil en zona reservada, porque no han
encontrado otro hueco, dejándonos sin sitio para poder estacionar el vehículo
donde llevas a tu hijo con discapacidad.
Pero no solo
percibes las cosas negativas. Sino que también distingues las positivas, como
aprender a valorar cada minuto vivido al lado de tu hijo.
Eres
conocedora de la suerte que has tenido, porque gracias a esta prueba que te ha impuesto
la vida, has crecido como persona.
Te has hecho
más fuerte.
Eres capaz
de gestionar cualquier situación, por muy difícil que sea.
Has
aprendido verdaderamente lo que es el amor incondicional.
Eres
consciente de que tanto reír como llorar, son acciones imprescindibles en tu vida.
Valoras lo
que es realmente importante.
En
definitiva, vives intensamente cada minuto de tu vida y por ello das gracias
por todo lo que estás viviendo, porque podría ser mucho peor.
Hoy día, la
vida para una persona con discapacidad es más fácil que hace unos años, pero todavía
queda mucho para que la población, instituciones, ayuntamientos o
establecimientos… incluyan a todas las personas con todo tipo de discapacidades
en la sociedad o en tu ciudad. Y habrá que seguir trabajando para conseguirlo.